¿Alguna vez has intentado ponerte en la piel de un niño?, ¿mirar como mira él, escuchar como escucha él, actuar como actúa él? A muchos mayores les sorprendería vivir esta experiencia, pues estamos tan preocupados con nuestras cosas (cuesta de enero, de febrero, prisa, kilos de más, otra vez prisa, nuevas tecnologías, de nuevo prisa...) que se nos ha olvidado mirar, escuchar, pensar y actuar con el CORAZÓN. Ese es el motor, las ruedas, el volante y hasta el asiento de la inocencia de los niños.
Es por eso, que todos los años por estas fechas se celebra la Infancia misionera (¡qué coincidencia, pero si acaban de terminar las Navidades, Papa Noel, los Reyes Magos!). Porque los niños sí saben mirarse con ojos de hermanos y escucharse y perdonarse. Porque todos "son uno de ellos" si los dejamos serlo y saben que lo más importante es la familia, los amigos y Dios. Y os lo voy a demostrar con el cuento de Carmen Sánchez, de 7 años, Premio especial del concurso de Infancia misionera:
Érase una vez un señor muy rico, pero con muy mal genio. Siempre estaba de mal humor. Un día por la noche, él solo en casa puso la televisión y vio una imagen de un niño negrito, desnudo, sonriendo, con una sonrisa enorme.Él pensó: ¿Cómo puede estar contento si no tiene nada? ¡Tengo que saber por qué! Cogió un avión, se fue a África y consiguió llegar hasta el niño, después de un largo viaje.Cuando estuvo a solas con él, le preguntó: ¿Por qué estás tan contento si no tienes nada?El niño le miró y le dijo: -¿Nada de qué? Lo tengo todo, tengo el cariño de mis papás, de mis hermanos, tengo amigos y tengo a Dios. Lo tengo todo.El señor quedó impresionado. Volvió a su país para coger sus cosas y regresó a África como Misionero para ayudar a los niños con su dinero y su experiencia. Construyó un hospital y una escuela, y destinó su dinero a educar y curar a los niños pobres de dinero, pero ricos en amor.
Los niños sí que saben cuál es el verdadero tesoro. Y los niños misioneros, doblemente.