Hace hoy un año, que un tímido Jorge Mario Bergoglio, convertido ya en el Papa Francisco, se asomaba al balcón de la Plaza de San Pedro del Vaticano y pedía que rezáramos por él, en esta enorme tarea que emprendía.
Un año después, la sensación general es que han cambiado muchas cosas en la Iglesia. Pero quizás no son tantas las cosas que han cambiado, sino más bien la forma de hacerlas o transmitirlas.
No es Francisco un gran teólogo, dicen muchos. Pero sin embargo, sabe llegar a la gente.
Habla con sencillez. Y si no, quién no recuerda sus frases tan escuchadas como "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" o "no traigo oro ni plata, sino algo más valioso: Jesucristo" o "el dinero debe servir y no gobernar" o "quiero lío en las diócesis" o "quiero pastores con olor a oveja" o tantas otras que firmaron titulares en los periódicos.
Actúa con sencillez. Y si no, quién no lo recuerda el día de Jueves Santo lavando los pies a jóvenes internos en una cárcel de menores o las imágenes de enfermos que se acercan a él sólo para sentir su amor o aquel niño que se agarró de sus piernas, besó su cruz y hasta ocupó su silla en la ceremonia de las familias y Francisco no pudo más que dejar ver una sonrisa en la cara o sus visitas a su antecesor Benedicto XVI.
Y sobre todo, lleva a Dios siempre en sus palabras y en sus actos. El evangelio es su verdadero modo de vida. Y eso, está cambiando la forma de ver la Iglesia a los que están alejados de ella.
Y un año después, en la Iglesia española, parece que también se avecinan cambios. La Conferencia Episcopal Española, está presidida desde ayer por Ricardo Blázquez, en su segundo mandato no correlativo. Y al igual que Francsico, sus palabras y actos dan la sensación de estar frente a un cura de pueblo.
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