viernes, 27 de noviembre de 2015

LLEGA EL ADVIENTO

Comenzamos el tiempo en el que los cristianos nos preparamos para celebrar la Navidad. No es un tiempo de poner árboles y belenes, de pensar y confeccionar menús, de pasar horas y horas recorriendo tiendas y comprando sin parar. Es el tiempo del AMOR: AMAR lo que vemos, AMAR lo que hacemos, AMAR lo que amamos, pero también es tiempo de AMAR lo que no vemos, AMAR lo que preferimos no hacer y AMAR lo que odiamos.





Os dejamos un precioso cuento sobre el adviento que explica muy bien el verdadero sentido del adviento.



Hace tiempo, un viajero en una de sus vueltas por el mundo, llegó a una tierra, donde le llamó la atención la belleza de los arroyos que cruzaban los campos, el color de los bosques que delimitaban el camino...
Habiendo caminado ya un rato, se encontró con la casas del pueblo, sencillas, coloridas y con puertas abiertas de par en par. ¡No podía creerlo! Él venía de un lugar muy distinto.
Se fue acercando. Pero su sorpresa fue mayor cuando tres niños, hermanitos, salieron a recibirlo y lo invitaron a pasar. Los padres de los niños le ofrecieron quedarse con ellos unos días.
El viajero aprendió muchas cosas, a hornear el pan, trabajar la tierra, ordeñar las vacas. Pero había una de la cual no podía descubrir su significado. Cada día y algunos días en varias ocasiones, el papá, la mamá y los niños se acercaban a una mesita donde habían colocado las figuras de María y José, un burrito marrón y una vaca y despacito dejaban una pajita entre María y José.
Los días pasaban y el colchoncito de paja iba aumentando y se hacía más mullido.
Cuando le llegó al viajero el momento de marcharse, la familia le dio un pan calientito y frutas para el camino, lo abrazaron y se despidieron. Ya se iba cuando dándose la vuelta les dijo:- Me gustaría saber una cosa.
-Por supuesto- le contestaron.
Y el viajero entonces preguntó- ¿Por qué dejabais esas pajitas junto a María y José?
Ellos sonrieron y el niño más pequeño respondió:
-Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una pajita y la llevamos al pesebre y así, lo vamos preparando para que cuando llegue el niño Jesús, María tenga un lugar donde acostarlo. Si amamos poco, el colchón será delgado y por frío. Pero si amamos mucho, Jesús va a estar cómodo y calientito.
El viajero comprendió todo. Sintió ganas de quedarse con esa familia hasta Navidad, pero una voz en su interior lo invitó a llevar a otros pueblos lo que había conocido, sobre todo los corazones sencillos tan llenos de amor, como los de esa familia.

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