Tríptico El jardín de las delicias. El Bosco |
Desde tiempos remotos, la humanidad se ha imaginado el purgatorio y el infierno como un lugar, posiblemente escondido en las entrañas de la tierra, lleno de fuego por todos lados, donde las almas pecadoras esperan para ir al cielo o arden eternamente. De hecho, muchas culturas antiguas establecían tres niveles o mundos distintos: el mundo superior que se correspondía con el mundo espiritual, el mundo intermedio que correspondía al mundo real en el que vivimos y por último, el mundo inferior o subterráneo que era el mundo de los muertos. Muchos pintores y escritores de los siglos XVI, XVII y XVIII mostraron en sus obras esta separación de mundos, generalmente entre cielo e infierno.
Pintura El juicio final del Capilla Sixtina. Miguel Ángel |
Quizás por todos estos mitos creados por la imaginación humana y expresados tanto en pinturas como en obras literarias, haya sorprendido tanto y ocupe espacio en algunos periódicos nacionales la audiencia pública del papa Benedicto XVI, que como todos los miércoles, tuvo lugar ayer en el aula Pablo VI, frente a unas 9.000 personas. En esta audiencia, cuya catequesis dedicó a Santa Catalina de Génova, una mujer de familia noble conocida por su "Tratado del purgatorio", el papa afirmó que "el purgatorio no es un elemento de las entrañas de la tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios". No es la primera vez que se afirma algo parecido, pues su antecesor Juan Pablo II, ya coincidía en esto y aseguró que el paraíso y el infierno tampoco eran lugares físicos sino estados del espíritu. Será que ahora cada palabra dicha por un representante de la iglesia católica se mide y expone públicamente. Lo cierto es que lo más destacable de las palabras de Benedicto XVII ayer, quizás fuera "Queridos amigos, no debemos olvidar que cuanto más amamos a Dios y somos constantes en la oración, tanto más amaremos verdaderamente a quien está alrededor nuestro, a quien está cerca de nosotros, porque seremos capaces de ver en cada persona el rostro del Señor, que ama sin límites ni distinciones. La mística no crea distancias con el otro, no crea una vida abstracta, sino que acerca al otro porque se comienza a ver y a actuar con los ojos, con el corazón de Dios". Así fue Santa Catalina de Génova, después de un matrimonio difícil dedicó su vida a servir a los demás en un hospital y así empezó a ver con el corazón de Dios.
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